













Al fotografiar con atención un árbol, una montaña o una cara vamos recogiendo fragmentos con los que construir el paisaje de nuestra memoria. Anotamos reflexiones, inquietudes y dejamos el recuerdo de las certezas y las dudas.
Antes del cristianismo en Roma la sentencia “que la tierra te sea leve” era usada como epitafio. Era una forma de decir “espero que el peso de la tierra que va a cubrir tu cuerpo sea ligero y no sientas angustia.”
¿No sería un buen deseo también para los vivos, pisar tierra sin peso que cause angustia? ¿Qué aspecto tendría el suelo de ese paisaje que no oprime?
Quiero pensar que ese lugar que idealizamos no se construye a partir de grandes vistas ni de lugares icónicos que recordamos, sino a partir de pequeños rincones y detalles que muchas veces podemos tener cerca, pero que rara vez observamos con detalle. Son paisajes íntimos que parece que puedes sostener en las manos.