La plenitud del vacío
Juan Ariño, pintura / Héctor Jácome, fotografía
La plenitud del vacío.
El título de esta exposición le otorga al vacío la cualidad de lo pleno. Parece un juego de palabras contradictorias. Quizás sea necesario revisar entonces estos conceptos.
Podría parecer que un papel en blanco tan solo tuviese el valor de su modesto precio, mientras que un papel usado tuviese el valor de la idea o el mensaje que contenga. Así pues un dibujo de Durero contendría la cultura visual de una generación, una nota de socorro tendría el valor de una vida y un testamento tendría el valor de un patrimonio. ¿En qué medida debemos atesorar entonces la nada?
Un papel en blanco posee el valor de toda la música que queda por componer, todos los libros que quedan por imprimir y todos los dibujos que quedan por imaginar. El vacío no ha de ser tratado como ausencia sino como potencial de contenido, es el sustrato en el que puede aparecer la creación. Cualquier materia prima en estado bruto, en estado de vacío, equivale a todo lo que somos capaces de hacer con ella.
La creación artística es un estado de transición, una especie de cultivo, que necesita el vacío para poder desarrollarse.
La plenitud es por tanto una posibilidad, una expectativa y no un lleno. Un proceso mediante el cual aspiramos a la armonía.
Esta interpretación estaría más cercana a las sensibilidades orientales.
El cineasta ruso Tarkovsky decía: “El artista existe porque el mundo no es perfecto. El arte sería inútil si el mundo fuese perfecto, ya que los hombres dejarían de buscar la armonía y simplemente vivirían en ella. El arte nace de un mundo diseñado enfermo”. Esta visión, un poco más trágica, nos presenta al artista como una persona que siente una falta en el mundo y crea para intentar curarlo, o curarse a sí mismo, aunque eso supusiese que si alcanzase el éxito, su propia existencia dejaría de tener sentido.
Un punto de vista reconoce que la naturaleza es perfecta y que para poder entender su espíritu necesitamos vaciarnos, dejar de ser para ser más. Otro punto de vista percibe que el mundo está lleno de fallos. Puesto que un artista no vive en el vacío y no puede aislarse del mundo, siente una presión que le obliga a crear para que en la vida exista armonía.
En Juan Ariño está sólidamente arraigada la primera visión mientras que Héctor Jácome parece más cercano a la segunda. Pero estas dos formas de entender el mundo quizás no estén tan alejadas como pueda parecer. Incluso es posible que coexistan en todos nosotros. Unos días sentimos paz en el silencio y otros necesitamos escuchar música para poder llegar al final del día.
Creamos unas veces para habitar un vacío interior y otras para salir de él. Consideramos que el resultado de esa experiencia merece ser compartida con el mundo cuando creemos que ese mismo vacío también existe en el exterior. Gracias a este proceso vamos completando, reparando o haciendo más comprensible el mundo. Haciéndolo más armónico, más pleno. Ambas visiones han sido capaces de producir mucha belleza. En la pintura de Juan Ariño parece que la figuración se va disolviendo hasta que las formas únicamente contienen el espíritu del motivo.
Las fotografías de Héctor Jácome describen con tanta claridad visual
Quizás el vacío sea al mismo tiempo la semilla de la creatividad y la meta a la que todavía no se puede renunciar.